miércoles, 7 de septiembre de 2011

Tormenta

Era una noche de Agosto, las luciérnagas volaban como presagiando una tempestad, estábamos tu y yo esperando a que aquella terrible noche terminara para así poder olvidar lo sucedido, de pronto murmuraste “esto no puede seguir” y yo enfadado camine rumbo al balcón de aquella triste y desolada morada en la cual alguna vez prometimos amarnos.

Encendí un cigarrillo y comencé a recapitular, me preguntaba que había hecho mal, porque todo termino tan jodido, escuchaba tus sollozos al otro lado de la puerta, tu llanto solo condenaba a mi alma a una miseria interminable, no podía comprender como es que me había vuelto un tipo tan ruin.

Perdí la noción del tiempo, hasta que el dolor de la quemadura que me propinó el cigarro agonizante me trajo de vuelta, fue entonces cuando decidí entrar, tenia el deseo de recuperarte, de volver a ese lugar maravilloso en el cual tiempo atrás comenzamos nuestra historia, así que tome la manija de la puerta y decidí entrar, pero advertí que la habías cerrado, tu llanto era cada vez mas intenso y mi alma quería terminar con él de una vez, pero esa barrera me lo impedía.

Te implore que me abrieras, pero no recibí respuesta alguna, lo intente algunas veces mas pero solo confirme el enorme desprecio que me tenias, comencé a escuchar ruidos, abrías y cerrabas cajones, sabía que buscabas algo, desesperado encendí un cigarrillo mas, esta vez el humo cegó mis ojos de una manera brutal, ahora solo escuchaba como esculcabas toda la habitación.

El ambiente comenzó a sentirse peculiarmente peligroso, el ruido ceso, volví a llamarte pero la situación no cambio, comencé a ponerme cada vez más nervioso, a golpear la puerta, a gritarte con desesperación pero tu silencio era sepulcral, hasta que un estruendo ensordecedor ahogo mis intentos y provoco en mi un pánico insoportable.
Decidido y angustiado derribe la puerta de una patada, al entrar, se plasmo en mi alma para siempre aquella escena, todo era un desastre y en medio de la tempestad estabas tú, yacía en el suelo tu cuerpo sin vida y en tu mano aquel revolver que tanto me reprochaste comprar, tome tu cuerpo aun calido y lo estreche fuertemente entre mis brazos mientras una profunda pena se apoderaba de mis entrañas, sabia que el revolver no era el asesino.
Las lagrimas recorrieron mi rostro una tras otra emulando una fuerte lluvia, pasaron las horas, tu cuerpo se tornaba cada vez mas frío, me reproche el no haberte pedido perdón y tome el revolver helado, lo apunte contra mi cabeza…lo demás es silencio.

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