lunes, 28 de abril de 2014

Elixir

Aquel día tomé tu mano por primera vez, cuando mi piel se enloqueció y mi interior se incendiaba miré tus ojos, decidido como nunca en la vida, mi voluntad pudo haber sido un muro indestructible que ni los mismos gigantes habrían destruido, continúe mirando tus ojos, dos hermosas figuras color esmeralda que el sol embellecía con un sútil reflejo hipnotizante que me obligaba a no retirar la mirada. Jamás había yo vislumbrado tan bello espectáculo, la eternidad aguardaba por mí, quería que me quedara embelesado, dispuesto a morir mirando tus ojos, pero el acto debía dar paso a algo superior, algo que podría ser comparado con el elixir de los dioses olímpicos.
Tuve que bajar la mirada, cambiar el horizonte, fue así que llegué a tus labios, nunca más vi algo que pudiera asemejarse a esas dos líneas, a esas curvas rosadas que me llevaron directo al infinito.
Pude sentir como se desprendía mi alma queriendo no volver, queriendo estar en ese momento para siempre, inmóviles tú y yo, es una lástima que la belleza venga acompañada siempre de tragedia, por un momento no sentía más que nuestros cuerpos unidos por ese lazo interminable, uno que creí no tendría fin, pero no habrá nunca en este mundo algo que sea infinito y tras ese momento en el cual toqué el universo con mis dedos, regresé a mí, regresé a la realidad indiscutible, a la verdad malparida que me dictaba que aquel era nuestro último beso.